COLUMNA | ¿La geoingeniería puede resolver el cambio climático?

Por Rodrigo Muñoz Sánchez

La geoingeniería pretende combatir el cambio climático liberando partículas que reflejen la radiación solar. Fuente: https://gwagner.com/wsj-sg/

El cambio climático es resultado de las actividades que soportan nuestra economía, como la generación de energía, la industria agropecuaria, metalúrgicas, cementeras y más. Es importante reconocer que el desarrollo industrial de nuestro país ha permitido una mejora radical en nuestro nivel de vida en el siglo pasado. Por ejemplo, Cuautitlán Izcalli es el municipio número 40 de 2,479 en actividad económica, de la cuál solo el 3% es agropecuario, por lo que el municipio es predominantemente industrial y es un pilar importante en la economía nacional.

Sin embargo, el estancamiento del nivel de vida en las últimas décadas y el reciente incremento de fenómenos meteorológicos extremos, como el huracán Otis, nos están demostrando que la dependencia actual en los combustibles fósiles es insostenible y que la transición a una economía sostenible sucede a un ritmo demasiado lento. La temperatura media en Izcalli ha aumentado 1.5°C debido a la actividad humana, más que el promedio global de 1.3°C, y para 2100 podría incrementar 3.1°C si no aumentamos nuestra ambición para combatir el cambio climático.

La falta de acción para la mitigación de las emisiones de gases de efecto invernadero ha inspirado la búsqueda para reducir las temperaturas globales por otros medios. La geoingeniería engloba una serie de propuestas de intervención internacional a gran escala para contrarrestar el cambio climático, sin tener que reducir las emisiones de gases de efecto invernadero producto de nuestras actividades económicas. La medida de geoingeniería más estudiada es la modificación de la radiación solar mediante la inyección de aerosoles estratosféricos que reflejen la radiación solar. Después una erupción volcánica de gran magnitud, como el Pinatubo en 1991, las temperaturas globales bajan alrededor de 1°C durante un año o dos. Si logramos emular de manera continua estos fenómenos, podríamos contrarrestar el impacto de los gases de efecto invernadero.

No obstante, existen dilemas éticos ante una potencial implementación de la geoingeniería debido a la posible existencia de efectos colaterales negativos, algunos de los cuáles tenemos conocimiento como es la una fuerte reducción local y diferenciada de la precipitación o de la generación de energía solar, más otros que aún desconocemos. Además, la geoingeniería aparenta ser lo suficientemente económica como para que un solo país o un multimillonario decidan ignorar a organizaciones multilaterales como la ONU y empiecen a aplicar estas medidas, ignorando especialmente la opinión de los países del Sur Global como México. Esto va de la mano con la posibilidad de una terminación de golpe por cambios geopolíticos, económicos o por la emergencia de riesgos, y el consecuente cambio climático súbito, un efecto conocido como el shock de terminación.

También existe cierta controversia sobre la pertinencia de conducir investigaciones, incluso teóricas, de tales medidas. En nuestro país ya habido controversias al respecto. En abril de 2022 la empresa estadounidense Make Sunsets liberó en Tijuana dos globos meteorológicos llenos de dióxido de azufre con el fin de probar la efectividad de la geoingeniería. La prueba unilateral por una empresa privada sin ningún tipo de permiso desencadenó una serie de condenas globales y llamados a la prohibición de tales experimentos; incluso SEMARNAT anunció que implementaría reglamentos y normas para controlar esta práctica, aunque hasta el momento no ha habido mayor progreso regulatorio.

Hasta el momento la mejor estrategia para combatir el cambio climático es una rápida descarbonización de la economía, transitando a energías renovables, electromovilidad y sistemas alimentarios más sostenibles. Sin embargo, no debemos negarnos la posibilidad de saber que existen otras herramientas a nuestra disposición, como la geoingeniería, y poder estudiar los riesgos a los que nos enfrentamos en caso de vernos obligados a tomar tales medidas.

Rodrigo Muñoz es Ingeniero Civil y doctorante en Ciencias de la Tierra por parte de la UNAM. Es profesor en la Facultad de Ingeniería en la UNAM, cofundador de una empresa de proyectos de energía fotovoltaica, ha participado en reportes para la UNESCO y  BRICS, y ha sido consultor en el Senado en política ambiental. Trabaja con temas de energía e impactos del cambio climático.

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